Queda claro que NO fue sexo consentido. Así lo constata la
Justicia. Pero tampoco fue una violación. Incluso hubo un magistrado que
interpretó que la víctima se lo pasó bien en aquella juerga.
Por mucho que se empeñe el patriarcado, no fue una divertida
orgía. Todas las mujeres, y algunos hombres también, advertimos elementos
típicos de una violación. Que una parte de la sociedad no lo vea así, debería
hacernos recapacitar a todos.
La sentencia manifiesta la dificultad para distinguir entre
prevalimiento e intimidación. Y en esta dificultad radica el drama para las
mujeres. Queda al libre arbitrio de la interpretación establecer si a una mujer
se la agredió o se la violó. La diferencia, el matiz, hace que el agresor sea
condenado con 9 o con 14 años de prisión. Si la línea es tan sutil y
evanescente, si cuesta verla, habrá que legislar de manera que esa línea
resulte nítida y no quede lugar para la duda. Habrá que dejar claro a los hombres
que el NO es una negativa rotunda y a partir de ahí, que caiga el peso de la
ley sobre quien no lo entienda.
Ya son dos los tribunales que condenan a los miembros de La
Manada, que están en libertad y deberían entrar en prisión. Nueve años y la
espera de que el recurso de casación resuelva definitivamente un caso que ha
dejado al descubierto una realidad bochornosa. Además se han filtrado datos
personales de la víctima para someterla al escarnio público, la judicatura ha
mostrado su peor cara y sus carencias en cuestiones de género… Lo bueno es que
nos ha unido aún más a las mujeres, pues todas nos hemos sentido víctimas, y a partir
de aquí, no vamos a parar reivindicando nuestra libertad y una mejor
administración de la Justicia.
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