Durante el Segundo
Imperio francés, los camareros que atendían al público en las brasseries fueron sustituidos por les verseuses,
camareras «con beneficios», que en
la trastienda del local, en un apartamento contiguo conocido como cave à Venus,
mantenían encuentros íntimos con los clientes. La primera brasserie à femmes fue
La brasserie de l'Espérance, en las puertas de la Universidad de la
Sorbona, y empleó a catorce chicas, por lo que pasó a ser conocida como «las
catorce nalgas».
En 1804, el gobierno
del emperador Napoleón III legalizó los burdeles, que quedaron bajo la
estricta supervisión de las autoridades. Todas las mujeres debían estar registradas,
vigiladas y supervisadas médicamente. Estos negocios tan lucrativos y
controlados eran proteccionistas y resultaba complicado abrir un nuevo burdel
con la correspondiente licencia, de ahí que, burlando la normativa, en las brasseries se ofreciese algo más que
cerveza. Con motivo de la Exposición Universal de 1867, estos
burdeles encubiertos proliferaron en la orilla izquierda y el Barrio Latino de
París, en los que trabajaban miles de camareras ejerciendo la prostitución.
Hacia 1890, había cuarenta y dos brasseries
en la margen izquierda, con nombres tan elocuentes como Brasserie des Amours, Brasserie de la Vestale, Brasserie des Belles
Marocaines y Brasserie des Excentriques Polonais.
El cometido de las
«camareras» era incentivar entre los clientes el consumo de alcohol y atraerlos
a la cave à Venus o llevarlos a
un hotel próximo con el que el dueño de la brasserie tenía un acuerdo
previo. Trabajaban en turnos de doce horas, igualando a sus clientes en bebida
por bebida, algo que, obviamente, afectaba a su salud, por eso era habitual que
una «camarera» no se mantuviese activa más de diez años. En la brasserie
à femmes todo eran ganancias para
el proxeneta, pues él solo facilitaba la comida a sus empleadas. Las mujeres
abonaban una tarifa por su derecho a servir y debían adquirir los atuendos
requeridos por la clientela y por la temática del local, que usaba como reclamo
nombres sugestivos y temas de moda: sirvientas escocesas, campesinas españolas o italianas… Cerca del
Palacio de Justicia parisino hubo una brasserie en la que las camareras
servían ataviadas con toga de abogado.
La policía hacía la
vista gorda y estos burdeles entraron en clara competencia con los
establecimientos regulados, tanto es así que muchos de estos últimos tuvieron
que cerrar. Para los clientes era más atractivo acudir a una cervecería que a
un prostíbulo y este tipo de oferta también atrajo a jóvenes que de otra manera
no hubieran frecuentado un burdel tradicional. Sin embargo, esta elección implicaba
riesgos, ya que las mujeres no estaban controladas y los contagios de
enfermedades venéreas y el alcoholismo se incrementaron considerablemente. El
público mayoritario que acudía a estos locales eran jóvenes intelectuales,
académicos, estudiantes, artistas, dependientes de tiendas y oficinistas.
El éxito obtenido
por las brasseries à femmes propició que este
modelo de negocio se extendiera a otros lugares de Francia y tuvieran especial
auge en localidades portuarias, donde marineros y marinos del ejército iban a
divertirse. Paralelo al desarrollo de estos establecimientos crecía el temor a
que la juventud del país se perdiera en tugurios de mala muerte y poco a poco
llegó su ocaso. En sus mejores tiempos, se calcula que una cuarta parte de los
hombres de París mantenía relaciones con prostitutas, estas recibían a cerca de
40 000 clientes diarios.
La feminista y
reformista británica Josephine Butler y el político republicano francés Yves
Guyot auspiciaron una campaña abolicionista cada vez más popular a finales del
siglo XIX. De ahí surgieron
unas leyes estrictas que prohibían que las mujeres sirvieran en las cervecerías
francesas, salvo que fuesen familiares de los dueños. Al finalizar la II Guerra
Mundial, en 1946, se aprobaba el proyecto de ley Marthe Richard, se
abolió el registro de prostitución y se cerraron sumariamente 1400 burdeles,
incluidos 180 en la capital francesa. Transgrediendo esta ley, algunos
burdeles se transformaron en hoteles donde las prostitutas seguían atendiendo a
sus clientes.
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